OBSESIÓN
La mano de Ella acaricia tu nuca. Una gruesa gota de sudor se desliza entre tus paletillas y corre barranco abajo, siguiendo el curso de la espina dorsal y perdiéndose entre los montes carnosos de tus glúteos. Bajo tu rostro, piel contra piel, los senos opulentos comprimen tu mejilla . Succionas un pezón como si en ello te fuese la vida, llegando a morderlo con tal ansia que la mujer gime y te aparta de sí empujando contra tu pecho.
Tu virilidad , dormida hasta entonces, despierta con ímpetu. La mano sabia trastea entre tus muslos y agarra solícita tu verga durísima, encarándola hacia donde es menester.
En la percha, junto a la cama, te espera tu traje blanco. Galones dorados en la hombreras y en las bocamangas. Los zapatos, lustrados a conciencia, brillan bajo la tenue luz de la lamparilla. Todo está impecable.
***
¿Quieres que juguemos? te dice con voz ronca, apartando una greña castaña de su rostro sudoroso.
Asientes con los ojos muy abiertos, imaginando cosas que no sabes, que no puedes saber todavía.
Su mano, recia, callosa, con olor a lejía , te llama hacia su lecho. Tiemblan tus piernas mientras tu corazón bate a marchas forzadas. Una extraña sensación se enseñorea de tu bajo vientre. Tu mente está embotada por la excitación. Crujen los muelles del viejo somier cuando trepas de un salto. Ella aparta la sábana desgastada y deja ante tus ojos, solo para tus ojos, sus pechos de hembra encelada. Brillan puntos de sudor sobre la piel canela. Se reclina sobre la almohada y te mira con ojos burlones , no exentos de deseo.
¡Hazme lo que quieras ! silba entre dientes a la par que termina de apartar con el pie la liviana tela que la cubre. Cruza los brazos tras la cabeza despeinada y tres triángulos de vello oscuro aparecen ante tus ojos desorbitados. El aire denso de la alcoba casi se puede cortar. Emana un olor que no sabes distinguir, un perfume intenso mezclado con el del sudor que humedece sus axilas y su sexo. Un aroma que te envuelve, que casi te chorrea sobre tu desnuda piel.
Le haces lo que sabes, que no es mucho, que no es nada. Sus pechos te obsesionan, siempre te obsesionaron desde que la conociste. Son como globos henchidos, de pezones oscuros y melosos. Acercas tus labios anhelantes, casi suplicantes, y succionas ansiosamente hasta que la leche tibia rebosa de tu boca.
Aguanta ronroneante la mujer, acariciando tu pelo crespo. Notas sus manos que te empujan hacia abajo. Al apartar tu boca del opulento seno, sale un chorrito de leche casi traslúcida que baja rauda por el valle de su vientre. Persigues con tu boca el rastro húmedo hasta quedar alucinado, embriagado, asustado , ante el sexo palpitante y oscuro, semioculto entre la vellosa vegetación rizosa. Una mano fuerte aplasta tu rostro contra la carne ardiente. Tus manos grandes para tu edad manotean sobre su vientre, indicando que te falta el aire. Afloja la presión y respiras anhelante , con la nariz y la boca completamente mojadas por los flujos de Ella. Casi tienes ganas de llorar.
La mujer te mima contra su pecho. Luego te hace que montes sobre ella para poder acariciar tu sexo con su boca. ¡ Tu sexo , ese gran desconocido !. Succionan sus labios y responde el pene a la caricia. Su boca, grande y sensual, casi abarca todos tus genitales, lamiendo desde tu escroto hacia arriba, regodeándose en los testículos que prometen, en la verga que titila por primera vez, en el pubis todavía yermo.
Habéis jugado mucho rato. Y lo que queda. Tenéis toda la noche por delante.
Sobre el paño de ganchillo que cubre la mesita de noche, espera el misal de nácar, el rosario de cuentas blanquísimas, tus fotos vestido de marinero.
***
¡Hazme lo que quieras! repite la puta con voz melosa. Y se lo haces.
Sobre la mesita de noche , sin paño de ganchillo, descansa tu cartera. La foto de Capitán de Navío es muy parecida aunque no igual a las fotos de entonces.
El uniforme está impecable. Lanzas una última mirada a tu rostro impasible. En el espejo se refleja la carne morena de la puta, su sexo hirsuto, sus grandes pechos . Esos senos henchidos , similares al de una nodriza, que son la condición indispensable que exiges en tus compañeras de cama.
Luego, cierras la puerta suavemente. Palpas tu cartera en la chaqueta. Hundes la mano en el bolsillo del pantalón. La misma mano en la que llevas enrollado el rosario.
Ese rosario cuyas marcas has dejado en el cuello de la puta.
Carletto.