COSTUMBRES ANCESTRALES
Hace bastantes años, leí una novelita de nuestro excelso escritor D. Camilo José Cela titulada "El Cipote de Archidona " . En ella se recogía una anécdota que parece había acontecido a unos habitantes de dicho pueblo andaluz. En este relato no voy a narrar tal anécdota, sino una costumbre ancestral que se citaba de paso en la novela y que, a mí, me hizo tanta gracia que he pensado en contárosla a vosotros ( ampliándola un poco ).
Declinaba la tarde sobre Andalucía. La blancura cegadora de las paredes encaladas se hacía más soportable con la salida de las primeras estrellas. Rafael , tras volver de sus trabajos en el campo, se había lavoteado y vestido de limpio para ir a festejar a Rocío, su novia. En el bolsillo del pantalón llevaba bien plegadito y planchado un pañuelo bordado con sus iniciales . Su novia se lo había bordado en el bastidor que le había regalado él por su cumpleaños. Rafael silbaba feliz con las manos metidas en los bolsillos de sus ajustados pantalones. Con uno de sus dedos alcanzaba a tocar la vena central de su rígido miembro, que palpitaba con anticipación pensando en su hermosa novia.
Rafael entró en el patio de vecindad en una de cuyas casas vivía Rocio con su familia. La abuela de su novia echaba agua, con un bote sujeto a un largo palo , a las gitanillas , verbenas y geranios que colgaban desde macetas sujetas con aros a las paredes enjalbegadas de cal teñida con azulete. De una de las casas se oía el rasgueo de una guitarra . Más allá, una pareja discutía . Una niña saltaba a la comba mientras otras dos volteaban la cuerda cantando al unísono : uno, dos, tres, cuatro
Entre nervioso y feliz, el muchacho hizo sonar la pequeña aldaba, pidiendo permiso para entrar. Un intenso perfume a hierbabuena le llegó a la nariz, procedente de la olla de caracoles que guisaba su futura suegra en la cocina. Su novia salió a recibirle, radiante, ofreciéndole enseguida un platito con salmorejo. Luego, en un aparte, le susurró en el oido, bajando los ojos un poco avergonzada : " Niño, tápate, que se te nota que estás muy contento ". Rafael bajó como una flecha las manos a su bragueta, tapando con las palmas extendidas el evidente bulto. No pudo dejar de oir la risa sofocada de sus dos cuñaditas adolescentes que hacían los deberes en la mesa camilla.
Era ya noche cerrada. Su suegra se había empeñado en que probase los caracoles acompañados con un vasito de fino de la tierra. El muchacho sorbió una a una las conchas de los pequeños animalitos mientras miraba a los ojos a su guapa novia. A ella le caia la baba mirando la hermosa cabeza de pelo ensortijado de su Rafael, su barba tan cerrada, sus labios gruesos y sensuales , el vello que salía por su camisa entreabierta, sus muslos tan apretados dentro de los pantalones desgastados a fuerza de mil lavadas
Cuando todos los de la familia estuvieron en casa, Rafael se levantó. Era la hora de la despedida : la mejor hora del día. Tras saludar a su serio suegro y a sus cachondos cuñados, el muchacho salió al patio cogido de la mano de Rocío. Ella se había pintado discretamente los labios. Sus hermosos ojos porfiaban en negrura con la noche. La luz de las estrellas se reflejaba en sus pupilas. Su corazón latía de amor y deseo.
Rafael arrinconó a Rocio contra el portal de una casa en la que no vivía nadie. Allí no llegaba la luz y las manos de ambos pudieron cebarse en el cuerpo del otro. Sus bocas se juntaron , mientras Rafael amasaba los duros pechos , temblorosos de placer, de su virginal novia. Ella se agarró a su cuello , bajándole la cabeza para aplastársela contra sus pezones. La muchacha apretó su húmeda grieta contra el miembro de su novio, enervando su clítoris bajo el algodón ardiente de sus bragas. El joven, loco de deseo, metió la mano bajo la falda estampada y , siempre sobre la ropa interior, agarró de un puñado todo el vello púbico de la enfebrecida novia, aplastando con su palma los jugosos labios de la vagina.
Rocio ya no podía más . Atenazando la tranca de su novio, comenzó a frotarla sobre el pantalón, siguiendo el contorno de la polla con sus sabios dedos. El, con un sobrehumano esfuerzo, sacó la mano de bajo la falda de ella y desabrochó los botones de su bragueta en dos segundos, volviendo a regodearse en las profundidades de las bragas de Rocío. La novia, con vía libre hacia el calzoncillo del muchacho, metió su pequeña y ávida mano por la portañuela abierta y se vió recompensada en su labor sacando a manos llenas el pollón violeta de Rafael.
Comenzó el último acto de la despedida. Rafael sacó de su bolsillo el limpísimo pañuelo con sus iniciales y se lo entregó a su novia. Ella lo desplegó y lo mantuvo extendido en su mano izquierda, mientras con la derecha acarició con agilidad el rígido instrumento . Acompasaron sus caricias mutuas. Rafael frotaba el clítoris de Rocio y hacía amago de meter dos dedos con bragas y todo dentro de la vagina, hasta hacerla llegar al orgasmo con los permitidos toqueteos .La muchacha lo llevó a él a una no menos suculenta corrida, sacándole el semen a borbotones , que fue a parar e su integridad sobre el albo pañuelo preparado al efecto. Una vez acabó Rafael con los espasmos, Roció limpió la cabezota y la boquita del glande y , con mucho cuidado , juntó las cuatro puntas del pañuelo para que no cayese ni una gota al suelo.
Perfectamente cronometrados con el tiempo disponible, en ese momento oyeron la voz del padre de Roció llamando a su hija. Saliero inmediatamente a la luz y , dándose un casto beso en la mejilla, se despidieron hasta la tarde siguiente.
Cuando Rocio vió la figura de su novio desaparecer en la noche, corrió hacia su casa para entregar el pañuelo a su madre, que ya lo esperaba para meterlo tras una detenida inspección en el agua jabonosa de un lebrillo destinado a tal uso en todas las casas del pueblo con chicas casaderas y con novio.
Al día siguiente, la novia devolvería al novio el pañuelo ya limpio y planchado por las manos hacendosas de su satisfecha suegra. Podía estar segura de que su hija no iba a quedar embarazada.