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Los Cortos de Carletto: Siluetas

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LOS CORTOS DE CARLETTO : SILUETAS

La comida de trabajo ha sido – como siempre – un peñazo . Llego a casa pasadas las cuatro de la tarde, con unas ganas inmensas de hacer el amor. Hoy , es el primer dia "limpio" de mi mujer, después de varios dias de período. Antes de la menstruación, también había estado algo indispuesta por no se qué. Y, antes del "nosequé" por una ligera infección que nos impidió realizar el acto sexual durante dos semanas. Total, que hoy vengo hecho un toro . El toro que arrancó el pilón, por lo menos. Siento la verga latir, como un corazón de 20 cms. Voy ciego. Encima, en la comida, nos hemos pasado con las copas y estoy algo "alegre". Y , a mí, el alcohol, en dosis como la que llevo, me pone más a tono.

Nada más entrar en casa, en el vestíbulo, tropiezo con una maleta, con un bolso, con una cesta de mimbre de la que sobresale un chorizo y una gruesa longaniza, ambas cosas con denominación de origen : mi suegra. Me lo había anunciado mi mujer ; pero ya ni me acordaba. La buena señora es viuda reciente, y nos visita, desde el pueblo, con cierta frecuencia. Aún es joven – le decimos – debe sacarle provecho a la vida, disfrutarla en lo que pueda y mientras pueda. Y ella sonríe bondadosamente – es muy prudente y no habla por no ofender- mientras insinúa con voz dulce que " a ver cuando le damos un nieto, que la alegre". ¡Un nieto! - pienso yo con sarcasmo - ¡ a esta marcha de follar , no llegaremos a verlo nosotros, ni ella!.

Oigo a la buena señora trastear en la cocina. No nos duele que venga porque – enseguida- se agarra a las labores del hogar, ayudando a su hija en lo que puede. Como ahora, que seguro que mi mujer me está esperando acostada , mientras mi suegra friega los cuatro platos de mediodía.

Entro en nuestro dormitorio conyugal, sumido en la penumbra. Efectivamente, mi mujer está acostada, desnuda bajo la finísima sábana de hilo, casi transparente a fuerza de mil lavadas. La liviana tela la cubre por completo, casi como un sudario. El zumbido de un mosquito , me explica el porqué de que esté cubierta de tal forma, incluso con el rostro tapado : le tiene un temor cerval a los antipáticos bichitos, pues un picotazo significa una roncha segura, que llega hasta a infectársele. Eso es cosa de familia : a su madre le pasa lo mismo.

Entro en el baño sigilosamente, con el ruido de fondo del mosquito y el ligero ronquido de mi mujer : esperando, esperando, se ha quedado Roque. Sonrío maliciosamente : mejor que mejor, pues me encanta tirármela estando dormida.

Me lavoteo los genitales, usando el mismo champú íntimo de mi esposa. Al pasar la mano por el balano, lleno de espuma, un estremecimiento recorre mi columna vertebral : estoy que exploto. Necesito meterla en caliente ¡ ya!.

Desnudo como un bebé , vuelvo a entrar en el dormitorio. Dejo una pequeña rendija en la puerta del baño, para que me alumbre mínimamente. Casualmente, la raya de luz , atraviesa la cama diagonalmente, iluminando el bajo vientre de mi esposa, como el foco de un teatro dirigiéndose a la protagonista. Y, allí, la protagonista de esta tarde está clara : la concha de mi mujer. El resto del cuerpo , cada curva, cada montículo, cada valle, se siluetea bajo la sábana : las manos, palmas arriba, ocultas bajo la almohada; los senos subiendo y bajando acompasadamente ( inclusive me parecen hoy, con la tensión sexual a flor de piel, más plenos, más suculentos ) ; el vientre liso, con una ligerísima redondez de mujer hecha ; el ombligo insinuado; los muslos muy abiertos, como huyendo de la calor mútua que se dan uno al otro… Y en el centro, iluminada como una diva, trasparentándose cada pliegue de sus labios, la vagina. Curiosamente, la sábana está ligeramente rasgada , justo, a su altura. Un mechón de vello púbico asoma por el pequeño rasgón, negreando como un arbusto en la inmensidad de un arenal.

Me encalabrino más. El miembro me da pequeños golpes contra la tripa. Los testículos me burbujean como el magma en un volcán. Con cuidado infinito, me arrodillo entre los muslos de mi esposa, haciendo virguerías para no despertarla. Extiendo los brazos, dejándome caer con las palmas abiertas , bien apoyado contra la pared. Con las puntas de los pies y de las rodillas, hago juegos malabares para direccionar mi rígido periscopio hacia la superficie de las olas. El ojo ciego , encuentra el camino mil veces recorrido. Apoyando la punta en mitad del rasgón de tela, presiono intentando eliminar lo que queda del himen de tela. Lo consigo sin esfuerzo. Ya la carne entra en contacto con el vello. Las algas que rodean la sima marina, se apartan por propia voluntad, dejando que,el monstruo, hociquee con su boca babeante la fragrante magnolia de pétalos carnosos. Empujo definitivamente, alojando toda, absolutamente toda mi herramienta, en su funda natural. Mi mujer rebulle bajo la sábana, encogiendo – instintivamente, ligeramente – los abiertos muslos; pero no para cerrarlos, sino para abrirlos, para ofrecerlos todavía más. El ronquido ha cesado. Hasta el zumbido del mosquito quedó en suspensión. Ahora solo se escucha el chapoteo de mi polla, abriendo la jugosa carne, que chorrea flujos para mí. Bombeo durante varios minutos, bendiciendo al cielo por el placer del sexo. La ola de esperma, el tsunami de espumosa cresta, se eleva en mi interior, avanza vertiginosamente…

Jadeo como un perro. Una gota de sudor cae desde mi pecho sobre un seno de mi esposa, justo en el pezón izquierdo. La tela queda transparente, mostrando la sonrosada carne . En mis oidos resuena el rumor delicioso del orgasmo inminente, imparable. Una voz melodiosa – la de mi esposa – se oye desde la cocina :

¿ Ya has venido , cariño? . No hagas ruido, que mamá está durmiendo la siesta en nuestro dormitorio, mientras yo preparaba la habitación de los invitados. Estaba un poco indispuesta y se tomó un valium.

El semen no escucha razones. La inundación lo anega todo : pozos desbordados, matorrales chorreantes, surcos resquebrajados por la sequía que , ahora, rebosan de resbaladizo esperma. Lo hecho, hecho está. Ya no tiene remedio. ¿ Para qué lamentarme inútilmente?.

Sin llegar a sacarla, comienzo un nuevo vaivén. Ya puestos, le echaré otro polvete a mi suegra. Oigo que musita algo, entre sueños. ¿ Soñará con su difunto esposo? . Sin dejar de bombear afino el oido. Solo dice cuatro palabras, pero las repite una y mil veces :

¡¡ Bien por ti, yerno!!

 

Carletto.

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