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La tomatina

en Hetero: General

LA TOMATINA

Existe un pueblo en el Levante Español, llamado Buñol, situado a muy pocos kilómetros de Valencia ( la capital ), famoso por la hermosura de sus mujeres, la hombría de sus varones , por su carácter campechano y amable con el forastero y … por La Tomatina.

Ingrid era una muchacha sueca que, como tantos otros estudiantes del país nórdico, quiso visitar nuestro sol y nuestra luz ( del que están tan faltos por sus lugares de origen ) y lo hizo precisamente en un mes de Agosto. Cuando ya le faltaban muy pocos días para marchar a su terreno, ahita de playa y de paella, de sangría y música, unos amigos le propusieron acercarse a un pueblo próximo llamado Buñol . Era el último miércoles del mes de Agosto. Ingrid no estaba muy entusiasmada pues preveía una jornada más de visitas turísticas a sitios más o menos previsibles. La comida española le gustaba mucho; pero ya había engordado un par de kilos y se había puesto a dieta. Para colmo , viajaba con dos amigos suyos que eran pareja y gays.

Llegaron al pueblo a primeras horas de la mañana. Desde luego que allí había "marcha": se notaba que habían estado toda la noche de verbena, bailando, bebiendo y haciendo el amor ( quien podia, claro ). Luego se enteró que ese enlazar desde la noche anterior al día siguiente , sin parar, le llamaban La Empalmá. Ingrid se fue animando un tanto al ver tanto chaval majete por allí y , como estaban bastante desinhibidos por la bebida y otras sustancias, se le acercaban diciéndole cosas que ella ( aunque era estudiante de español en su pais ) no sabía traducir. También había un montón de extranjeros ( ingleses, japoneses, franceses , italianos, etc. ) de todas partes del mundo. Debía ser una fiesta bastante popular, aunque ella nunca había oido hablar de ella.

De repente se encontró que sus dos amigos habían desaparecido tras las nalgas sugerentes de dos muchachos estadounidenses que les habían guiñado un ojo. Ingrid recaló en un bar, abarrotado, y arrinconada tras una mesa, pudo tomarse una coca-cola.

Terminada su bebida , quiso salir a la calle, con tal mala fortuna que tropezó con las piernas de un argentino que dormitaba en el suelo y , al ir a caer, notó una fuertes manos que la agarraban de los senos sujetándola fuertemente. Con tanta fuerza que llegó a sentir contra su trasero una inmensa verga que se aplastó contra ella. Volvió la cabeza para dar las gracias y sus ojos se encontraron con la intensa mirada de un muchacho moreno que le sonreía ampliamente. Junto a él, una opulenta rubia, muy joven, también la miraba con simpatía. Se dirigió primeramente a ellos en inglés – suponiendo que no eran de allí – pero al ver que no la entendían les chapurreó en español su agradecimiento. Desde ese momento la tomaron bajo su protección. Ellos eran pareja y vivían en un pueblo cercano. Y eran asiduos de La Tomatina.

Salieron a la calle transformada en un río de gente joven , riente y sudorosa. Brincaban con los brazos en alto pidiendo no se sabía qué. Por fín lo supo Ingrid cuando, desde varios puntos de la calle, unos hombres armados de gruesas mangueras , barrieron los cuerpos hasta empaparlos de pies a cabeza. La sueca notó instantáneamente que se quedaba como desnuda. El agua había pegado su camiseta al cuerpo, volviéndola transparente. No era la única : la pareja joven que estaba junto a ella se reía a carcajadas viéndose el uno al otro prácticamente desnudos. Los pezones de la novia sobresalían como aceitunas bajo su blanca camiseta. El chico moreno se quitó la suya arrojándola al suelo hecha harapos. Su musculatura dejó boquiabierta a Ingrid, que miró también un poco más abajo y vió los vellos púbicos del chaval transparentándose a través del pantalón blanco.

Subió la temperatura corporal de la sueca unos cuantos grados a pesar del agua recibida. Se sentía atraida por ambos jóvenes. Les encontraba a cada uno un atractivo sexual tan fuerte que notaba un vacío en la boca del estómago. Sin tener tiempo de tomar una decisión (huir o quedarse), de repente , todo se volvió rojo alrededor de ella : cientos, miles, millones de tomates muy maduros surcaron los aires como proyectiles en una incruenta guerra. Ingrid notaba los impactos de las balas vegetales estallar contra su espalda, su cabeza, sus nalgas… Un jugo dulce y tibio le resbalaba desde el pelo a los senos, desde el vientre hasta los muslos.

Toda la calle era una orgía en rojo. Como si hubiesen extendido un tapiz de satén escarlata que los cubriese a todos. Las respiraciones se hicieron entrecortadas . Sus dos nuevos amigos la rodearon con sus brazos, intentando evitarle los impactos más traicioneros. Su vulva se rozó contra la de la chica , en su trasero se apretaba la desmesurada verga del novio. Acercó sus labios a la mejilla de la chica española siguiendo el rastro dejado por el jugo de tomate.

Acabaron con sus bocas unidas , revolviendo con la lengua la carne mórbida del suculento vegetal. Volvió la cabeza Ingrid y repitió la acción con el chico, que la esperaba con los labios entreabiertos y las caderas adelantadas. Sintió las manos de la chica recorrer su pringoso cuerpo, metidas bajo su camiseta y pellizcando sus erguidos pezones. Se metieron en un portal milagrosamente solitario. La sueca arrancó como una fiera la ropa que les quedaba encima a sus amigos y , golosa y hambrienta, olvidando su carácter frío de chica nórdica, se dejó llevar por la sangre caliente y latina de la pareja . Su boca atrapó en el aire el sexo enhiesto del morenito, lo tragó hasta tocar arpegios con sus cuerdas vocales. Los novios se besaban vorazmente. Ingrid alternaba la succión de la polla del chico con lamidas enervantes al clítoris de la muchacha. El ácido del tomate le escocía un poco en los ojos. Pero aquello lo podía hacer con los ojos cerrados.

La hicieron inclinarse de frente a la chica española, Ingrid con los muslos abiertos. La muchacha sospesaba los senos de la sueca que, en aquella postura, colgaban como dos frutas en sazón. Se agarró a la cintura de la novia mientras el novio le introducía de un empellón el rebosante nabo hispano hasta sus latinas pelotas. Tras correrse los tres por turnos, salieron al inmenso torrente de caldo de tomate. Ya la batalla tocaba a su fín. Cuerpos semidesnudos por doquier. Tras caer la última bala, desde los balcones los vecinos del pueblo remojaban a los participantes intentando adecentarlos…sin conseguirlo. Las mangueras volvieron a funcionar. La multitud se dispersó.

Ingrid, en el tren de vuelta a Valencia, junto a sus amigos gays que chorreaban tomate, agua y semen ( como ella ) se unieron a la multitud de viajeros que volvía a sus hogares como un ejército derrotado y triunfal a la vez.

Otro año volvería.

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