miprimita.com

Cloe (3: El eunuco del Harén)

en Hetero: General

CLOE ( III ) .- EL EUNUCO DEL HARÉN

Cloe había quedado horrorizada al ver el sexo de Hamed : de aquella hermosura que tenía, de la virilidad inmensa con aquellos colgantes testículos, plenos y rebosantes de vida, solamente quedaba ahora un triste colgajo con una fea cicatriz donde debía haber estado lo que más aprecia un hombre.

Hamed, reprimiendo un sollozo , había salido corriendo, sin darle tiempo a Cloe a preguntarle nada.

La muchacha volvió al templo perpleja, sin entender lo que le podía haber pasado a su amigo, a su amor, al hombre que la había hecho mujer en la ceremonia de ofrenda a la Diosa. Buscó la compañía de la Sacerdotisa más antigüa, de la más sabia. Ella sabría lo ocurrido ya que se enteraba de todo lo que sucedía en el templo … y hasta en la ciudad entera.

La encontró ante el altar de la Diosa, ocupada con un fiel devoto que había acudido a orar y a usar los servicios de las prostitutas sagradas mediante el pago del estipendio acordado. La vieja Sacerdotisa estaba últimamente encasillada en un tipo de servicio muy concreto : la felación . Su vieja boca, desdentada completamente, era el cobijo ideal para los penes, de la edad que fueran, del tamaño que fueran. Ella sabía acariciarlos con la lengua, las encías, la garganta … Todo el interior de su boca se adaptaba como un guante al miembro que se atrevía a entrar en sus dominios. Luego, los succionaba hasta que no quedaba una sola gota de semen en sus vesículas. En aquél momento, se relamía como un gato panza arriba, limpiando sus comisuras con la puntita de su lengua, y guardando bajo la blanca túnica los arrugados senos que había sacado para que el devoto le retorciese los pezones.

Cloe se inclinó repetidas veces ante ella, pidiéndole su atención. Cuando lo consiguió, le contó lo que le había visto a Hamed. Conforme hablaba, la vieja iba sonriendo hasta que estalló en una seca carcajada. Luego le dijo :

Palomita. Lo que le ha ocurrido a tu amorcito es lo mismo que les ha ocurrido – desde tiempos inmemoriales – a todos los jovencitos elegidos para ofrendar la virginidad de una chiquilla a la Diosa. Ellos también son designados por su belleza, por su elegancia, por su virilidad. Están destinados a cosas superiores. Pero han de pagar su tributo : una vez han dado la certera cuchillada contra el himen virginal, son retirados y llevados a una capilla secreta en la que, de la misma forma que la virgen ha ofrendado su virginidad, ellos ofrendan algo casi más importante : su virilidad. En esa capilla les son arrebatados sus testículos y , desde ese mismo momento, destinados al harén. Como en tu caso , el Faraón quiso asistir a tu desfloración, también Hamed ha sido destinado al harén real. Tu lindo muchacho está condenado a comer eternamente sin poder saciar jamás su apetito.

No te entiendo, Madre.

Pues quiero decir que, aunque los eunucos pueden seguir teniendo erecciones ( pues el miembro no sufre ningún daño ) nunca pueden acabar, eyacular, correrse, pues lo que les falta – precisamente – es el depósito donde se fabrica el líquido que sale. Por eso los eunucos siempre están de mal humor, insatisfechos y con los rervios a flor de piel. Se hacen criticones , malévolos algunas veces, envidiosos casi siempre. Y todo porque saben que jamás volverán a experimentar el goce supremo y completo.

Cloe marchó abatida. Sólo se alegraba por una cosa : ahora ya sabía donde encontrar siempre a Hamed. Y , teniéndolo controlado, podría verlo cuando quisiera.

En los días siguientes, acabada su menstruación, Cloe y sus compañeras tuvieron una temporada de trabajo de auténtica locura : había llegado una peregrinación de fieles para orar ante la Diosa . Y todos llevaban los testículos repletos pues, al ser peregrinos, no podían desahogarse de ninguna forma hasta hacerlo con una prostitua del templo.

Cloe miró sobre el hombro del que la estaba penetrando para contar los que quedaban en la fila. Elevando los ojos al cielo echó la cabeza hacia atrás : la fila daba la vuelta a una columna y se perdía . Al principio se había alegrado de la llegada de los peregrinos : muchos de ellos llevaban a sus jóvenes hijos a perder su virginidad con las prostitutas del templo, y Cloe se encontró acariciando los cuerpos de muchachos jovencísimo, casi sin vello púbico, con sus pequeñas lanzas dudando por donde atacar. La muchacha, con paciencia , los guiaba hasta su concha y , en honor a ellos, apretaba los músculos vaginales para que no tuviesen sensación de demasiada holgura, como si estuviesen haciendo el amor con una virgen. También tuvo que atender mozos más avezados, de nalgas velludas y carajos enhiestos, que sabían muy bien por donde meterla. Los más maduros, aquellos que en sus casas ya su mujer les daba algo de lado, descubrieron con ansia los placeres casi olvidados, y gozaron con el abrazo de una hermosísima joven, bien entrenada, que les susurraba palabras obscenas en sus orejas llenas de pelo, para excitarlos … y que acabaran antes. Y, por ùltimo, los vejetes. Aquellos que casi los habían tenido que llevar en volandas. Con sus piernas encorvadas y sus sexos penduleantes, con la baba casi cayendo de sus bocas y los ojos deslumbrados por la belleza de aquella sacerdotisa. A estos, Cloe, los trataba con mucho mimo. Pasaba sus blancas manos por sus arrugadas nalgas, por sus canosos pubis, por sus enmohecidos huevos. Luego les hacía probar la miel de sus labios y lamía sin prisas los escrotos y los glandes, hasta que un imperceptible movimiento le confirmaba que allí todavía quedaba vida. Desde ese momento se dedicaba infatigable a lograr una erección capaz de meterse entre los labios de su vagina, y , una vez logrado, entre palmoteos y risas animaba al feliz anciano a que descargara su gran reserva ( seguramente por última vez en su vida ).

Acabada la fila, Cloe y sus compañeras estaban derrengadas, chapoteantes, ahitas. La muchacha se notaba el interior de su vagina como un bebedor de patos. El estómago casi le daba arcadas por la gran cantidad de semen que había tragado. Su ano dilatado debía estar de color púrpura, como sus pezones – retorcidos cientos de veces - o sus labios, mordidos por bocas con dientes, melladas y hasta desdentadas.

Aquella mañana el sol despertó a Cloe que, sobresaltada, preguntó a su criada cómo no la había despertado antes. La informaron que había sido orden de la Gran Sacerdotisa. Que Cloe debía descansar todo lo posible, arreglarse de una forma muy especial y acudir a su presencia.

La leche de burra limpió todas las impurezas de la piel de la linda prostituta , dejándola relajada y fresca. Tras bañarse en agua de rosas, eligió entre los tres vestidos que le presentaron las criadas. El color blanco le sentaba muy bien. Eligió una túnica que dejaba sus hermosos senos al aire y caia hasta el suelo haciendo elegantes pliegues. Los pezones se los pintaron con jugo de cerezas, tras empolvarle la cara y los pechos hasta dejarlos uniformemente blanqueados. Un ancho cinturón dorado le ceñía las caderas, cayendo liviano entre los muslos. El borde de la túnica llevaba como adorno una franja del mismo tono de dorado que el cinturón. Los ojos se los maquillaron con gruesas rayas de cohl, alargándoselos hacia las sienes dando la sensación de que eran enormes. Finalmente le colocaron una bellísima peluca negra de pelo liso, trenzado con hilos dorados. Alrededor del cuello le ciñeron un ancho collar en forma de semicírculo, que le llegaba hasta los hombros y seguía por la espalda hasta formar un círculo entero del que emergía la cabeza.

Con pasitos cortos se dirigió a los aposentos de la Gran Sacerdotisa. Esta ya la estaba esperando. Le sonrió lascivamnte al verla tan bella y se acercó hasta tocar con sus senos los de Cloe.

Cloe, bien entrenada, comenzó a desabrocharse la túnica ; pero la sacerdotisa la detuvo :

- No . Hoy no eres para mí. Has sido llamada ante el Faraón y su esposa, la Reina. Quieren pedirte algo y , si aceptas, creo que no volverás por aquí.

Un palanquín llevado por cuatro porteadores la acercó al Palacio Real. Cloe quedó deslumbrada por las altísimas columnas, por los mármoles negros, grises, blancos. Por los repujados en oro allá donde dirigía la vista. Las cortinas de terciopelo , los blanquísimos visillos de encaje que caian metros y metros desde los techos hasta el suelo. Y en una sala inmensa, allá a lo lejos, dos figuras sentadas estaban esperando. Cloe se dirigió hacia allí por medio de dos filas de guardias altos y musculosos, que no movían ni un párpado. Como iban totalmente desnudos, Cloe miraba de refilón las longitudes de sus miembros, todas idénticas y de tamaño más que mediano.

Cloe se postró ante el trono. El Faraón la miró con simpatía. La Reina posó una mano sobre el brazo de su esposo y , ante el gesto afirmativo de él, se levantó y bajó dos escalones para situarse a la altura de Cloe.

Muchacha. Mi Sagrado Esposo y yo hemos conversado sobre ti. Nos complaciste mucho, a ambos, la noche de tu iniciación como Prostituta Sagrada. Te encontramos algo especial que no hemos encontrado entre otras muchas. Nos excitas. Nos haces desear la cópula. Y ya sabes que – de momento- no tenemos descendencia , por lo que esa tarea es prioritaria para el bien presente y futuro del Imperio. Por lo tanto hemos decidido pedirte , repito : pedirte, que te traslades al harén y compartas nuestras noches tantas veces como lo solicitemos. Y decimos lo de pedirte ( y no ordenarte ) porque queremos que nuestros encuentros sean todo lo placenteros y excitantes que podamos conseguir, y , si no lo haces a gusto, no nos serviría.

La muchacha lo pensó durante unos segundos y dijo :

Acepto , mi Señora, de todo corazón. Espero haceros gozar y gozar yo con vosotros.

Conforme pues. Puedes retirarte. Un eunuco te acomodará en el Harén.

Dando dos palmadas, apareció una figura y Cloe marchó tras ella. En un recodo, la muchacha alcanzó al eunuco y lo cogió por un brazo.

Detente, Hamed. Quiero hablar contigo.

- No tenemos nada que hablar. Tu eres una hetaira, yo un eunuco medio hombre.

Pero …

No digamos nada más . Tú eres mi Ama desde ahora, según me han dicho. Yo haré lo que me ordenes, pero no esperes que un bloque de hielo se derrita sólo porque quieras.

Ya lo veremos.

Como preferida de la Pareja Real, Cloe disfrutaba de habitación propia ( el resto de las mujeres del harén dormían en una sala comunitaria, separados los espacios con unas simples cortinas. Había mucho lujo, pero poca intimidad.

Cloe aprovechó su autoridad sobre Hamed para tratar de recuperar algo de lo mucho que había perdido. Lo hacía estar junto a ella sin llevar Cloe nada de ropa. Le pasaba los senos por debajo de la nariz con cualquier pretexto. Le gustaba apretar su pubis contra las nalgas de él, restregando su vagina por las velludas ancas del eunuco. El no se inmutaba, siempre con su mirada triste. Pero Cloe se había empeñado : si había sido capaz de hacer revivir a viejos cuya virilidad había muerto hacía tanto tiempo … también haría que el príapo de Hamed levantara la cabeza.

Mientras, pasaban los días y las semanas. Los encuentros con los Faraones eran muy placenteros. Ella sabía excitarlos a ambos por igual, sin escandalizarse de ninguna propuesta que le hiciesen. A sus dieciocho años sabía del sexo y de las debilidades de la carne más que muchas matronas de sesenta.

Al Faraón le gustaba navegar. Y como buen navegante que era, era heterosexual. Sin embargo, y a pesar de unas ligeras hemorroides que comenzaban a molestarle, tenía pasión con repetir el jueguecito del que ya había sido testigo Cloe en su primer encuentro. Disfrutaba como un condenado cuando lo enculaba su mujer. Y si , mientras, Cloe le hacía una felación, su pasion no tenía límites. Sin embargo, todos los encuentros acababan de la misma forma : el Faraón depositaba su semen en el receptáculo de su mujer, sin desperdiciar ni una gota .

Una noche que tenía descanso, Cloe llamó a Hamed para que le sirviese la cena. Aprovechó para contarle parte de los encuentros sexuales que tenía con la pareja real, por si lo excitaba. Y aquella noche tuvo éxito. Algo cambió en la mirada del muchacho. La frialdad dio paso a una chispa de lujuria y … algo se agitó bajo el faldellín del eunuco. Cloe se tiró como una loca a desnudarlo. Le mordió la nuez de la garganta, bajó por sus tetillas mientras con sus dedos acariciaban su ano. Su boca tomó con una delicadeza inigualable la punta del balano del chico y , comenzando a pasar la lengua alrededor del glande, a la vez que metía su dedo índice hasta la próstata del chaval, consiguió una poderosa erección . Dando un rugido de alegría, se convirtió en una leona posesiva y , sin soltar el miembro , tiró de espaldas al muchacho y se sentó a horcajadas sobre su vientre, metiendo todo el rabo hasta el final. Cabalgó como una posesa. Subió y bajó infinitas veces por la rígida vara hasta que tuvo tres orgasmos seguidos. La vara continuaba rígida … y seca. Ni una sola gota de semen había salida por el gollete. Cloe, sin sacársela, volvió la cabeza por encima de su hombro para verle la cara al muchacho. Solo pudo ver unos tristísimos y bellos ojos negros anegados en lágrimas.

Mas de Carletto

El Gaiterillo

Gioconda

Crónicas desesperadas.- Tres colillas de cigarro

Pum, pum, pum

La virgen

Tras los visillos

Nicolasa

Gitanillas

Madame Zelle (09: Pupila de la Aurora - Final)

Madame Zelle (08: La Furia de los Dioses)

Bananas

Madame Zelle (07: El licor de la vida)

Madame Zelle (06: Adios a la Concubina)

Madame Zelle (05: La Fuente de Jade)

Tres cuentos crueles

Madame Zelle (04: El Largo Viaje)

Madame Zelle (02: El Burdel Flotante)

Madame Zelle (03: Bajo los cerezos en flor)

Madame Zelle (01: La aldea de yunnan)

La Piedad

Don Juan, Don Juan...

Mirándote

Aventuras de Macarena

Cositas... y cosotas

La turista

La Sed

La Casa de la Seda

Cloe en menfis

La Despedida

Gatos de callejón

Obsesión

Cables Cruzados

Carne de Puerto

Tomatina

Quizá...

Regina

Cloe la Egipcia

¡No me hagas callar !

Hombre maduro, busca ...

Se rompió el cántaro

La gula

Ojos negros

La finca idílica (recopilación del autor)

Misterioso asesinato en Chueca (10 - Final)

Misterioso asesinato en Chueca (09)

Misterioso asesinato en Chueca (8)

Misterioso asesinato en Chueca (7)

Misterioso asesinato en Chueca (6)

Misterioso asesinato en Chueca (4)

Misterioso asesinato en Chueca (3)

Misterioso asesinato en Chueca (2)

Misterioso asesinato en Chueca (1)

Diente por Diente

Tus pelotas

Mi pequeña Lily

Doña Rosita sigue entera

Escalando las alturas

El Cantar de la Afrenta de Corpes

Dos

Mente prodigiosa

Historias de una aldea (7: Capítulo Final)

Profumo di Donna

Los Cortos de Carletto: ¡Hambre!

Historias de una aldea (6)

Historias de una aldea (5)

Historias de una aldea (3)

Un buen fín de semana

Historias de una aldea (2)

Historias de una aldea (1)

¡ Vivan L@s Novi@s !

Bocas

Machos

No es lo mismo ...

Moderneces

Rosa, Verde y Amarillo

La Tía

Iniciación

Pegado a tí

Los Cortos de Carletto: Principios Inamovibles

Reflejos

La Víctima

Goloso

Los cortos de Carletto: Anticonceptivos Vaticanos

Memorias de una putilla arrastrada (Final)

Dos rombos

Memorias de una putilla arrastrada (10)

Ahora

Cloe (12: La venganza - 4) Final

Café, té y polvorones

Los Cortos de Carletto: Tus Tetas

Cloe (10: La venganza - 2)

Los Cortos de Carletto: Amiga

Cloe (11: La venganza - 3)

Memorias de una putilla arrastrada (9)

Los Cortos de Carletto: Carta desde mi cama.

Memorias de una putilla arrastrada (8)

Memorias de una putilla arrastrada (7)

Cloe (9: La venganza - 1)

Memorias de una putilla arrastrada (6)

Memorias de una putilla arrastrada (5)

Memorias de una putilla arrastrada (4)

Los Cortos de Carletto: Confesión

Memorias de una putilla arrastrada (1)

Memorias de una putilla arrastrada (3)

Memorias de una putilla arrastrada (2)

Los Cortos de Carletto: Blanco Satén

Frígida

Bocetos

Los Cortos de Carletto: Loca

Niña buena, pero buena, buena de verdad

Ocultas

Niña Buena

Los Cortos de Carletto: Roces

Moteros

Los Cortos de Carletto: Sospecha

Entre naranjos

La Finca Idílica (13: Noche de San Silvestre)

Los Cortos de Carletto: Sabores

Los Cortos de Carletto: Globos

Los Cortos de Carletto: Amantes

Los Cortos de Carletto: El Sesenta y nueve

La Mansión de Sodoma (2: Balanceos y otros Meneos)

Ejercicio 2 - Las apariencias engañan: Juan &In;és

Los Cortos de Carletto: Extraños en un tren

Los Cortos de Carletto: Falos

Los Cortos de Carletto: Sí, quiero

Caperucita moja

Los Cortos de Carletto: El caco silencioso

La Mansión de Sodoma (1: Bestias, gerontes y...)

Cien Relatos en busca de Lector

Cloe (8: Los Trabajos de Cloe)

La Finca Idílica (12: Sorpresa, Sorpresa)

Mascaras

Los Cortos de Carletto: Siluetas

Cloe (7: Las Gemelas de Menfis) (2)

Los Cortos de Carletto : Maternidad dudosa

Cloe (6: Las Gemelas de Menfis) (1)

La Sirena

Los Cortos de Carletto: Acoso

La Finca Idílica (11: Love Story)

Los Cortos de Carletto: Niño Raro

Los Cortos de Carletto: Luna de Pasión

La Finca Idílica (10: La mujer perfecta)

La Finca Idílica (9: Pajas)

Los Cortos de Carletto: Ven aquí, mi amor

Los Cortos de Carletto: Muñequita Negra

Los Cortos de Carletto: Hija de Puta

La Finca Idílica (8: Carmen, la Cortesana)

La Finca Idílica (6: Clop, Clop, Clop)

La Finca Idílica (7: Senos y Cosenos)

La Finca Idílica (5: Quesos y Besos)

La Finca Idílica (4: La Odalisca Desdentada)

La Finca Idílica: (3: Misi, misi, misi)

La Finca Idílica (2: El cuñado virginal)

Cloe (5: La Dueña del Lupanar)

Los Cortos de Carletto: Sóplame, mi amor

La Finca Idílica (1: Las Amigas)

Los Cortos de Carletto: Gemidos

Los Cortos de Carletto: La Insistencia

El hetero incorruptible o El perro del Hortelano

Morbo (3: Otoño I)

Los Cortos de Carletto: Disciplina fallida

Los Cortos de Carletto: Diagnóstico Precoz

Los Cortos de Carletto: Amantes en Jerusalem

Los Cortos de Carletto: Genética

Morbo (2: Verano)

Los Cortos de Carletto: La flema inglesa

Morbo (1: Primavera)

Los Cortos de Carletto: Cuarentena

Los Cortos de Carletto: Paquita

Los Cortos de Carletto: El Cuadro

Don de Lenguas

Los cortos de Carletto: El extraño pájaro

Los cortos de Carletto: El baile

Locura (9 - Capítulo Final)

La Vergüenza

Locura (8)

Locura (7)

Locura (5)

El ascensor

Locura (6)

Vegetales

Costras

Locura (4)

Locura (3)

Locura (2)

Negocios

Locura (1)

Sensualidad

Bromuro

Adúltera

Segadores

Madre

Sexo barato

La Promesa

Cloe (4: La bacanal romana)

Cunnilingus

Nadie

Bus-Stop

Mis Recuerdos (3)

Ritos de Iniciación

La amazona

Mis Recuerdos (2)

Caricias

La petición de mano

Mis Recuerdos (1)

Diario de un semental

Solterona

Carmencita de Viaje

Macarena (4: Noche de Mayo)

El secreto de Carmencita

La Pícara Carmencita

La Puta

Macarena (3: El tributo de los donceles)

Costumbres Ancestrales

Macarena (2: Derecho de Pernada)

La Muñeca

Cloe (2: La Prostituta Sagrada)

Soledad

Cloe (1: Danzarina de Isis)

El Balneario

Escrúpulos

Macarena

La tomatina

Dialogo entre lesbos y priapo

Novici@ (2)

Catador de almejas

Antagonistas

Fiestas de Verano

Huerto bien regado

El chaval del armario: Sorpresa, sorpresa

Guardando el luto

Transformación

El tanga negro

Diario de una ninfómana

Descubriendo a papá

La visita (4)

La visita (2)

La visita (1)