CAPERUCITA MOJA
Los muelles de la cama de los papás de Caperucita rechinaban acompasadamente. La mamá de la niña, a horcajadas sobre el vientre algo panzón de su marido, cabalgaba a galope tendido, sin pensar en el chirriante ruido que espantaba a más de un animalillo del bosque. La amazona de blancas carnes, subía y bajaba de la gran verga, añadiendo un ruido de chapoteo y succión al de los muelles del somier.
La niña rubita, tan modosita y mona ella, acercaba y separaba su ojo de la cerradura, queriendo enfocar la entrada y salida , vertiginosa, del miembro paterno en la jugosa concha materna.
¡ Tate quieto, Tete! . susurró sin apartar su ojazo del minúsculo mirador.
¡ Déjame que te la meta, Caperucita! respondío su hermanito, restregándose contra su trasero .
¡¡¡ Pero si no llegas, siquiera, peazo mico!!!
¿Qué no? ¡ Ahora verás! siguió susurrando el tierno infante, a la vez que amontonaba , tras su hermana, los Cuentos Completos de los Hermanos Grimm.
¡ Claro, así si que podrás! protestó la protagonista viendo a su hermanito subido sobre una pila de libros y haciendo gestos de desabrocharse la bragueta.
¡¡ Toma, y calla !! exigió el mini-machote, introduciendo la punta de su nabito entre la pelusera reciente de la encapuzada.
Calló Caperucita, disfrutando de las cosquillas fraternas. El fino miembro entró sin rozar las paredes vaginales de la muchacha, ya de buen ver. Empujaba el niño las deliciosas nalgas de su hermana, haciendo que su cara se acercase o alejase del ojo de la cerradura, según le iba pegando enviones.
Acababa en esos instantes la cópula de sus padres. La madre descabalgó, mesándose aún los gordos senos , y , acuclillándose sobre una palangana preparada al efecto, se endosó varias zarpadas de agua al enrojecido chocho. Caperucita desorbitaba su ojo, ora mirando la semi-vencida verga, ora admirando la entreabierta raja. Mientras , su hermanito, debido a su corta edad aunque ya con desmedida afición- eyaculaba en seco dentro de ella. Lo apartó la niña de un empujón, con lo que el muchachito cayó desde la pila de libros, quedando patiabierto y sollozando en el suelo. Abrió la puerta, hecha una furia, la madre de Caperucita, y al ver a su tierno retoño de tal guisa, lo cogió de la mano haciéndolo entrar al dormitorio conyugal. Caperucita, que al oir el pestillo de la puerta , había salido huyendo como una exhalación, volvió sigilosamente al desaparecer su madre con su hermanito. Volvió la rubiales a su pasión de voyeur, cambiando de ojo para que le descansase el otro. Como imaginaba, sus papás ya habían emprendido a su sollozante hermanito, que ahora chillaba a voz en cuello al albergar en su lindo trasero la otra vez erecta arma paterna. La madre, intentaba apaciguar los gritos con profundos besos en la abierta boquita, acariciando poco maternalmente- la chorrita del pequeño.
Caperucita no tenía tiempo de ver más. Debía ir, como cada semana, a ver a su Abuelita, a la cabaña del centro del bosque. Preparó la cestita con el tarrito de miel, las galletitas y todas esas cosas que llevan las niñas buenas a sus abuelitas.
Salió, hecha un brazo de mar, con su caperuza roja sobre sus gruesas trenzas , rubias como el oro, los ojazos azules ( ligeramente enrojecidos de mirar por la cerradura ), la boquita que era un puro fresón El peto del delantalito blanco, rodeado de puntillas, se ceñía a sus pechitos que apuntaban pujantes. El vestido, algo corto para su edad, mostraba las blancas bragas apenas levantaba los brazos para algo.
Al pasar junto al pajar, oyó voces y risas ahogadas. Como curiosota que era, atisbó por entre unos aperos de labranza. Revolcándose en la paja, con la pija de su nieto empotrada hasta las pelotas, el abuelo de Caperucita distraía sus horas muertas de jubilado. La niña se puso celosota. La verga de su hermano mayor, era de ella, y solo de ella. El verla metida en el dilatado ano del vejestorio, la puso de mala leche. Así que consumó su rabia en ese mismo momento : dejó la cestita sobre un tonel y , remangando su faldita hasta la cintura , y bajando las bragas hasta las rodillas, se puso ante la cara de su yayo, restregando su muy enfadado coño contra la boca del abuelo. Reconoció su culpa el vejestorio impenitente y , arrojando la dentadura contra el montón de paja, le aventó a su nietecita un bocado con sus encías desdentadas. Falló al primer envite ; pero , haciendo puntería, atinó a agarrar los labios mayores ( tan nuevecitos ) con sus viejos labios amarilleantes de nicotina. La punta de su sabia lengua se introdujo como un áspid en los jugosos interiores de Caperucita. Mientras, su nieto, al ver a su hermana, le apeteció más su pimpante culo y , dejando el anciano trasero como la bandera del Japón, cambió a toda prisa de lugar, colocándose tras de su joven hermana. Entró la verga por la via angosta de la encaperuzada , y ella, para guardar el equilibrio, se agarró a las sobresalientes orejas del rijoso anciano. Acariciados sus dos conductos a la vez, la muchacha pronto alcanzó las mieles del orgasmo, a la vez que su incestuoso hermano y su no menos incestuoso abuelo. Este último, tuvo que ayudar a la naturaleza masajeándose el mismo los colgantes atributos de su ancianidad.
Echó a correr Caperucita, con la hora pegada a los talones. Por su blanco muslo chorreaba el liquidillo espeso del esperma fraterno. Con su rostro arrebolado estaba bellísima. Su clítoris aún palpitaba con los arreglos linguales de su yayo. El trasero le ardía , todavía abierto por el grosor de la batalla "nabal" luchada contra su hermano.
Como iba con algo de retraso, pasó de largo del lobo y éste, que miraba impaciente la hora, al verla pasar como una exhalación, corrió por un atajo para llegar antes. Suerte tuvo el licántropo , pues la encapuchada, sin poderlo remediar, se detuvo a recoger unos hierbajos y florecillas : las abuelas se conforman con todo.
Llegó Caperucita a la choza del bosque. El lobo, ya tenía encerrada a la abuelita en el armario, bien amordazada y en pelotas. Muy ladino él, se había colocado un camisón de volantes de la vieja, junto con un gorro de dormir que le sentaba fatal. Entró la niña con el corazón en la garganta ( los últimos kilómetros los había hecho corriendo sin parar ). De un vistazo, la niña cayó en la cuenta de con quién se jugaba los cuartos. Haciéndose la tonta , comenzó con aquello tan idiota de :
Abuelita, abuelita, ¡ qué ojos más grandes tienes!.
Etc. Etc. ( no lo pondremos todo para no aburrir ). Hasta que dijo
:
Abuelita, abuelita, ¡¡ que polla más grande tienes!!.
¿ Sí, te lo parece? preguntó orgulloso el lobo. pues es para
¡¡ Para follarme mejor !! gritó la deslenguada saltando de un brinco sobre la verga lupina, ensartándose hasta los mismísimos.
Y se folló al lobo de todas las maneras posibles, hasta que la pobre bestia pidió clemencia. Al final, sin poder ya más, el animal se escondió en el armario, tirando de allí a la abuela. Caperucita , que estaba hecha una odalisca enloquecida, agarró por su cuenta a la abuelita y , derramando sobre su cuerpo desnudo la jarrita de miel, la chupó de arriba abajo ( más abajo que arriba ), haciéndola explotar en múltiples orgasmos . Ante los gritos de la anciana pidiendo socorro, acertó a pasar un joven cazador que, al ver el espectáculo por el ventanuco, entró en la cabaña a calzón quitado.
Culeó Caperucita con la virilidad del cazador empotrada en su potorro. La abuelita, aprovechando el receso, volvió a esconderse en el armario ; pero allí, el lobo que se había recuperado algo- la emprendió con su rabo delantero, con lo que el armario comenzó a moverse como si hubiesen fantasmas dentro.
Llegaron los padres de Caperucita y , al ver aquel armario tan raro, entraron dentro, encontrándose al lobo y a la abuela dale que te pego. Quisieron participar en la fiesta y , mientras la madre chupaba a su madre, el padre ofrecía su agujero paterno al lobo forastero. Golpeó la puerta el hermano pequeño de Caperucita. Le abrieron el armario y también entró y , aunque , al principio, vio más estrellas que la bandera de los estados unidos, terminó por acoplarse a todo lo que le echaban. Al final , salió del armario por la puerta grande.
El hermano mayor de Caperucita, que pasaba por allí, viendo pendulear los apetecibles cojoncillos del cazador, le echó mano a la canana. El cazador que, aunque ya había hecho varios disparos de frente y de espaldas a la muchacha, no le hizo ascos a disparar otra tanda en la diana del hermano. Mientras explotaba la pólvora en su retaguardia, el muchacho lamía la entrepierna de Caperucita, a aquellas alturas ya muy mojada y , tan roja, tan roja, como su caperuza.
FIN DEL CUENTO
Carletto